EL PRIMER JOHN HENRY WHITE (1.844-1.845)

La fugaz existencia del primer John Henry White nos hizo recordar este conmovedor aparte de DE NORBERTO BOBBIO (1909-2004)* en su libro autobiográfico “De senectute”** (Pags. 58 y 59), leído hace 10 años:
“…
Pero ¿cuánto dura el recuerdo? Respecto del deseo o esperanza de inmortalidad, ¡cuán breve en el tiempo es el recuerdo! Sólo pocos humanos, grandes en el bien o en el mal, dejan recuerdos indelebles y son llamados enfáticamente, en efecto, los «inmortales». Pero ¿y los otros, los infinitos otros cuyo recuerdo se ha perdido para siempre?

Antes de mi hermano, el primogénito,
mis padres tuvieron una niña, que vivió sólo tres días. Papá y mamá hablaban con frecuencia de ella cuando éramos pequeños. Pero poco a poco fueron hablando cada vez menos. De aquella breve vida quedó solamente un leve rastro en mi memoria y en una minúscula lápida del panteón familiar. Cuando también yo haya muerto, nadie se acordará de ella. El día en que uno de mis hijos, uno de mis nietos, visiten esa tumba y lean el nombre en la pequeña lápida, se preguntarán: «¿Quién era?». No habrá nadie que les dé una respuesta. Venida de la nada, había retornado a la nada tras unas cuantas horas de vida. ¿Cabe dar un sentido, y cuál, a ese soplo de vida del que en el universo entero sólo yo tengo todavía un recuerdo cada vez más evanescente?

Con la muerte se entra en el mundo del no ser, en el mismo mundo donde yo estaba antes de nacer. Aquella nada que yo era no sabía nada de mi nacimiento, de mi venir al mundo y de aquello en que me convertiría; la nada que seré no sabrá nada de lo que he sido, de la vida y la muerte de quienes estuvieron cerca de mí, con cuya presencia se nutrían mis jornadas, de los acontecimientos por los que me interesé cada día leyendo los periódicos, escuchando la radio o hablando con los amigos. Si muero antes que mi mujer, con quien he compartido mi vida más de medio siglo, no sabré nada de su muerte. Morirá no sólo sin mí, sino sin que yo lo sepa. Y tampoco sabré nada de lo que ocurrirá con mis hijos, con los hijos de mis hijos, cuya vida se desarrollará más allá del 2000, nada de lo que ocurrirá en esta tierra, en torno a cuyas vicisitudes he fantaseado mil veces tratando vanamente de deducir presagios más o menos inciertos, nada de las guerras y las paces, de las transformaciones de la sociedad en la que he vivido, y a cuyas peripecias asistí participando intensamente en ellas.
Todo lo que ha tenido un principio tiene un final. ¿Por qué no iba a tenerlo también mi vida? ¿Por qué el final de mi vida iba a tener, a diferencia de todos los acontecimientos, tanto los naturales como los históricos, un nuevo principio? Sólo lo que nunca tuvo un principio no tendrá un final. Mas lo que no tiene principio ni fin es lo eterno.